PREDICACIÓN: LA VIDA DEVOCIONAL PERSONAL | A. N. Martin

 


Por la observación personal de mi propia debilidad y la debilidad de mis hermanos en el ministerio, me veo forzado a concluir que la predicación de hoy en día es defectuosa debido a que fallamos en velar varias áreas. 

En primer lugar, me refiero al área de nuestra vida personal de devoción. En el principio, dije que algunas de estas conclusiones fueron basadas en mis observaciones como un ministro itinerante, mientras iba de iglesia en iglesia. Uno de los descubrimientos más inquietantes hechos durante este tiempo fue el hecho de que muy pocos ministros tienen hábitos devocionales personales y sistemáticos. Era mi práctica reunirme con el pastor anfitrión para orar y compartir asuntos comunes de interés y preocupación. Cuando finalmente pudimos quitarnos la mala fachada del profesionalismo, y comenzamos a ser honestos con el Señor y entre nosotros, confesando nuestros pecados uno al otro y orando uno por otro, entonces la confesión sacó a la luz una y otra vez que la Palabra de Dios había dejado de ser un Libro Viviente de compañerismo devocional con Cristo, para convertirse en manual oficial para la administración de deberes profesionales. ¿Resulta sorprendente que el ministerio de tales hombres sea marcado por el desequilibrio doctrinal? ¿Resulta sorprendente que haya tanta frialdad en sus corazones? ¿Resulta sorprendente que haya muy poca aplicación personal y penetrante de las Escrituras, cuando la gran mayoría de predicadores contemporáneos admiten que no se exponen sistemáticamente a sí mismos a la Palabra de Dios, con el fin de tener la iluminación y santificación personal?

En 2 Timoteo 3, un capítulo al cual nos referimos frecuentemente cuando estamos demostrando la verdad de la inspiración y la autoridad de las Escrituras, hay una palabra dicha a nosotros como siervos de Dios que es muy penetrante. El apóstol Pablo dice a Timoteo en el versículo 15, “que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras”. Y luego encontramos su primera función, “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” Pablo dice, “Ellas te han conducido a la fe en Cristo Jesús y a la salvación que está en El; pero Timoteo, ésta no es la única función de las Escrituras.” “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar (doctrina), para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” Fíjese que explícitamente se establece que las Inspiradas Escrituras son para el perfeccionamiento y maduración del Hombre de Dios. En otras palabras, la totalidad de la revelación divina debería tener, como la función principal para los siervos de Dios, un efecto santificador en su vida personal. Ningún predicador está equipado para predicar simplemente porque tiene el don para analizar un texto y posee la capacidad para explicarlo con su boca. Si la palabra que él propone predicar a otros no ha sido primeramente el instrumento para su propia instrucción en justicia para su santificación, entonces no está preparado para declararla a otros.

Así es la función de la Palabra de Dios en la vida del predicador, y siempre debe ser primaria. Aun siendo predicadores usted y yo, primero que todo, somos creyentes y en segundo lugar, ministros cristianos. Y este orden nunca se debe invertir. Usted y yo debemos de cuidar de nosotros mismos y luego, y solo hasta entonces, de nuestra doctrina. Hemos de salvarnos primeramente a nosotros mismos, y luego a todos aquellos que nos oyen. Jeremías declaró: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). Tristemente muchas veces tenemos que confesar: “Fueron halladas tus palabras y yo las examiné, y tales palabras fueron para mí, la forma y sustancia del sermón en mi mente”. En contraste, el profeta llorón podía decir, “Fueron halladas tus palabras y yo las asimilé personalmente para mí mismo, y experimenté su estimulante poder en mi propia vida”. Es precisamente lo que Pablo está diciendo a Timoteo: “Deja que la Palabra te enseñe. Obten tu instrucción doctrinal sobre tus rodillas y con las Escrituras abiertas. Solamente así los principios de la verdad vendrán a ser no meramente proposiciones frías que descansen en la superficie de tu mente, sino verdades vivientes y patentes, herradas en las fibras interiores de tu corazón. Deja que la Palabra te enseñe, Timoteo. Deja que ella te regañe. Deja que ella te discipline y te corrija. Deja que ella te instruya en el camino de la santidad, para que puedas estar completamente preparado para toda buena obra.”

Mi propio corazón se siente sacudido una y otra vez cuando pienso en las palabras de nuestro Señor a los efesios, en el capítulo 2 de Apocalipsis. Primero, El les da una palabra de elogio: habla de su bien doctrinal y de su fidelidad en el desempeño de la disciplina. Mas en seguida El dice: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apo. 2:4–5). Sus mentes sostenían la doctrina correcta; ocuparon bien sus manos en el servicio, pero sus corazones se habían vuelto fríos en sus afectos. El Señor Jesús les dijo que ciertamente mantener una doctrina correcta en sus mentes, así como el sufrimiento y el trabajo por su nombre eran necesarios para un testimonio efectivo, pero que el mantener un corazón ardiente y amante era también una indisputable necesidad. Nada les faltaba en la mente o en las obras. El defecto estaba en el corazón, y el Señor Jesús trataba este asunto diciéndoles, “A menos que esto sea corregido, Yo vendré y quitaré el candelero de su lugar.”

A la luz de estos pasajes de la Palabra de Dios, se puede ver claramente la indispensable necesidad de mantener una vida personal de devoción por parte de cada ministro. Dios ha ordenado que por este medio efectuamos el constante cultivo de nuestros corazones. Para nosotros la Palabra de Dios debe ser un libro en el que nos deleitemos, primeramente porque allí podemos ver el rostro del Dios que amamos, y que nos ha reconciliado consigo mismo a través de Cristo Jesús. Deberíamos leer sus páginas detenidamente y con gran entusiasmo, porque anhelamos conocer Su voluntad y adorar Su persona. Deberíamos hallarnos frecuentemente y por mucho tiempo escudriñando las páginas de las Santas Escrituras porque anhelamos servirle, y porque deseamos en todo lo que hacemos y lo que somos, ser moldeados y conformados con la Palabra viva del Dios viviente.

___________________________________

Martin, A. N. (2002). ¿Qué está fallando con la predicación de hoy? (pp. 9–12). Graham, NC: Publicaciones Faro de Gracia.

Comentarios