PREDICACIÓN: ¿QUIENES HACEN FALTA? | F.


¿Qué características de los días actuales se van a ver en la época de la segunda venida de nuestro Señor? ¿Qué indicaciones ve usted en la actualidad de los preparativos para el gobierno del anticristo? ¿Quiénes son los que van a llevar a cabo la misión de “ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura”?

Don Pompilio y su hijo tenían en sociedad una finca con terrenos especiales para el trigo. Trabajaron arduamente en la preparación de la tie rra. Llevaron a cabo la siembra con entusiasmo pensando en una amplia cosecha. Pero tanto se esforzó el hijo que se enfermó y murió. Siguió trabajando Don Pompilio, apesadumbrad. No quería perder lo que se había invertido. Al fin llegó el momento en que el trigal se veía hermoso. Había espigado y se veía blanco. Contrató el anciano a algunos trabajadores para que empezaran la cosecha. Salió al campo con ellos para ayudar. En una pausa, se enderezó. Pronto estaría asegurado lo que le había costado lo indecible. Pero, ¿qué era lo que veían sus ojos? ¿Sería posible que tantas nubes se acumularan en tan pocos minutos?

Corrientes frías y fuertes azotaban sus mejillas. ¿Pisotearía una granizada sus esperanzas e ilusiones? ¿Que haría? Corrió a donde un grupo de personas estaban sentadas al lado de una cerca. ¿Podrían ayudar, por favor? Alegaron que no tenían experiencia como los que trabajaban en el trigal. Pero el anciano insistió. Que hicieran lo que pudieran. No había tiempo que perder.

Esta parábola se puede comparar con la cosecha de almas antes del gobierno del anticristo. Debemos preocuparnos porque se salve la cosecha que ha costado tanto a nuestro Dios y a su Hijo. Hay señales de un cataclismo. Se puede perder la inversión. No es hora de pensar ni de esperar—hay que poner manos a la obra. Con miedo o sin miedo. Todos—pastores, laicos, ancianos, jóvenes. Tenemos que redoblar nuestros esfuerzos por la evangelización del mundo. Al contemplar las multitudes que todavía no comprenden el plan de Dios para sus vidas, y otras cantidades que necesitan más enseñanzas sobre la Palabra Viva para poder crecer en las cosas espirituales, nos damos cuenta de que hemos llegado al momento en que hay que trabajar desesperadamente.

La expansión fenomenal del evangelio durante el primer siglo no se puede atribuir a un solo hombre. Inmensas cantidades de creyentes aportaron lo que podían. Veamos el caso del capítulo ocho de Hechos. En el primer versículo dice que “todos fueron esparcidos … salvo los apóstoles.” Luego en el versículo cuatro vemos que “los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”. Sigue la narración hablando de un diácono que predicaba en la ciudad de Samaría. En la versión Dios Llega al Hombre se emplea la palabra “predicaban” en vez del vocablo “anunciando” que se usa en la versión Reina Valera. El plan divino y normal es que todos seamos predicadores para que el evangelio sea esparcido por todas partes.

¿Por qué no encomendó Dios esta tarea de la predicación a los ángeles? Ellos son más fieles y mucho más capacitados. La pregunta no tiene respuesta. Lo único que vemos en la Biblia es que la misión fue encargada a los hombres. No cabe duda de que el Padre ama al mundo y desea que cada habitante oiga las buenas nuevas. Pero en sus decretos eternos Dios designó que el barro se encargara de esta misión. Diremos que eso no tiene sentido, pero así es. ¡Ay de nosotros si no predicáramos el evangelio!
El que predica necesita dirección. Debe buscar una dotación especial del Espíritu Santo. Pero a la vez tiene que recordar que la tercera persona de la Trinidad no lo hace todo. En este plan misterioso hay lugar para que el hombre ponga algo de sí mismo. El Omnipotente se vale de instrumentos que tienen voluntad propia. Estos instrumentos pueden hacer algo para acondicionarse a sí mismos.
Es con ese fin de acondicionarnos, de afilarnos, que estudiamos la homilética. Este vocablo significa el arte de preparar y predicar un mensaje bíblico. Es el análisis de lo que puede hacer el mismo hombre para presentar mejor el santo y eterno evangelio de salvación.

Aunque vamos a dedicar mucho tiempo hablando de los esfuerzos humanos en la predicación, no podemos olvidar que es una obra espiritual. Es una cooperación entre Dios y el predicador. Sería absurdo que una hoz, después de quedar bien afilada, dijera que ya no necesitaba de la mano del agricultor para trabajar en la cosecha. Vamos a pensar en este estudio cómo se puede organizar la preparación de los mensajes y qué esfuerzos humanos serán de valor en el proceso. Pero a la vez hemos de tener presente que sin Cristo no podemos hacer nada. Hay que hacer una determinación de aprovechar el estudio hasta el máximo, pero también de acercarnos a Dios para que recibamos la unción divina en nuestra predicación.

Cuando se predica el evangelio, se eleva al oyente para que pueda alcanzar la fruta que ofrece la Biblia. Durante este estudio vamos a comparar la predicación con una escalera. Los peldaños por los cuales el auditorio puede ir subiendo hasta alcanzar la fruta serán los puntos del sermón. El constructor de la escalera es el predicador que prepara las piezas para armarlas, haciendo una escalera fuerte. Veamos cómo es.
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Woodworth, F. (1974). La Escalera De La Predicación (pp. 11–16). Miami, FL: Editorial Vida.

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