CONSEJO 03 | EMPÁPATE DEL TEXTO | Matthew D. Kim

 

Tengo el privilegio de enseñar la materia “Predicación” a los estudiantes que recién comienzan. Una de sus primeras tareas es seleccionar un pasaje. Siempre les pregunto: “¿Cómo saben qué pasaje predicar?”. En el contexto del ministerio parroquial del púlpito, las respuestas son (1) la cantidad de tiempo que tengo para predicar puede determinar mi pasaje o (2) las necesidades de la congregación. Hablamos de la importancia de tener un calendario de predicación. No estoy segura de cómo eligen mis alumnos un pasaje. Cuando les he preguntado, la respuesta más notable es: “Este pasaje realmente comunica”.

En cierta ocasión un pastor alentó a los predicadores, diciendo: “Empápense del texto”. ¿De qué habla? ¿Habla de darnos un baño homilético? Sí, en muchos sentidos, lo es. Nos pide que meditemos, reflexionemos y nos sumerjamos en la Palabra de Dios. La imagen es la de estar sumergidos en el agua, para ser cubiertos por la Palabra de Dios; que dejemos que la Palabra de Dios nos limpie, nos purifique, y nos dé un sentido renovado de emoción. La Palabra de Dios lava nuestros cuerpos sucios y nos limpia de tal manera que podemos ver su Palabra bajo una nueva luz.

Predicar es difícil. Intentamos abordar el contexto histórico en que la Biblia fue escrita y “reducir la brecha”, como dijo el difunto John Stott, para traer la Palabra de Dios al mundo contemporáneo. Y esto no es fácil.

Muchos de nosotros, si somos sinceros sobre la preparación de nuestro sermón, solemos enfocarnos tanto en el día de hoy, y en el mundo de hoy, que perdemos de vista lo que sucedía cuando el autor bíblico estaba escribiendo. Pero cuando nos empapamos del texto, permitimos que la Palabra de Dios venga a nosotros desde diferentes ángulos. Es un enfoque multiperspectivo para leer la Palabra. Diferentes géneros y diferentes estados de ánimo se entrelazan con la forma en que leemos e interpretamos el texto.

He oído que el difunto John Stott leía repetidamente la Palabra del pasaje del sermón sobre el que predicaría. Dondequiera que estuviera, ya sea en una sala de espera o en un autobús, sacaba su Biblia y leía ese pasaje una y otra vez. Meditaba en ella. Reflexionaba en ella. Se empapaba profundamente de la Palabra de Dios.

Al preparar nuestros sermones, solemos apresuramos a abordar la homilética en lugar de dedicarnos rigurosamente a la hermenéutica. Pensamos en los bosquejos, en el acto de predicación en sí, en los gestos, en cómo hemos de comunicar esa verdad. Pero tales hábitos refuerzan una lectura superficial o somera del texto. Sumergirnos en el texto crea espacio para reducir la velocidad. Nos permite meditar y reflexionar y realmente “inhalar” todo lo que Dios tiene que enseñarnos en ese pasaje. La predicación tiene que ver tanto con la comunicación con los demás como con nosotros mismos. También somos los destinatarios de la Palabra de Dios. Permitimos que la Palabra de Dios nos toque primero, tal como lo expresa la definición de Robinson. Es algo que nos aplicamos a nosotros mismos primero. Uno de los peligros que podemos evitar si nos sumergimos, si realmente nos empapamos del texto, es ver cómo tal pasaje habla directamente a mi vida.

Al predicar esta semana, aparta un momento para planificar tu semana. ¿Cuánto tiempo dedicas a la preparación de los sermones? ¿Cuánto tiempo dedicas a la exégesis en particular? ¿Haces un estudio histórico, gramatical y literario del pasaje en su contexto? ¿Permites que esos tres aspectos de la preparación del sermón sean el fundamento sobre el que desarrollas un sermón? O, quizás por el ritmo ocupado de la vida, estás constantemente pensando en cómo transmitir tales verdades sin realmente apartar el tiempo que permita destacar el pasaje y aplicarlo a tu vida. Quiero animarte a que vayas más despacio. Y tal vez esta semana, tal como nos anima Charles Spurgeon, puedas empaparte del texto

Matthew D. Kim

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